jueves, 28 de septiembre de 2017

EL GRITO





Desperté de golpe completamente aterrorizada.
Alargué mis brazos intentando torpemente alcanzar el interruptor para encender la luz, pero mis manos no cesaban de temblar violentamente. Además las siluetas que dibujaba la luz de la luna al interior de la habitación eran demasiado difusas para ayudarme a encontrarlo.
En mi errático intento no hice más que barrer con todo lo que había sobre la mesa de noche, mis notas, mi caja de medicamentos, el vaso con agua y por supuesto la pequeña lámpara de cristal.
Como era de esperar el estruendoso sonido que hicieron al estrellarse contra el piso no venía a mejorar la situación.
Rápidamente me moví fuera de la cama, y tanteando el piso con mis manos comencé a buscar mi teléfono, pero de pronto un dolor lacerante y el calor de la tibia sangre emergiendo a borbotones hicieron que me detuviese.
Un afilado trozo de vidrio roto se me había incrustado en el centro de la palma de la mano, traspasándola casi de lado a lado.
Sin embargo, mientras intentaba extirpar aquella maldita esquirla, mi mente no paraba de especular.

-“Ha de tratarse de una pesadilla”-, repetía para mis adentros una y otra vez.
No puede sino tratarse de una horrible pesadilla.
Aún aturdida por sobresalto y la confusión, intenté respirar profundo para así poder recobrar la paz mientras me apretaba la mano fuertemente tratando detener el sangrado.
Mi teléfono marcaba pasadas las tres de la madrugada y el silencio ahora era profundo.
Me acerqué a la ventana y entreabrí las persianas cautelosamente.
La calle se veía vacía, en total calma, algo bastante poco común en esta área.
Ni un solo sonido llenaba las calles, ni una sola alma. Solo las gotas de lluvia que rodaban por la ventana y la luminaria del frente que titilaba por un corto circuito producían un leve sonido de fondo, pero nada más.
Me quedé observando por varios minutos, en total silencio, conteniendo el aliento, esperando poder encontrar el origen de aquel horrendo grito que me había arrancado tan bruscamente del sueño.
Pero la calle estaba desierta y totalmente huérfana de ruido.
Luego de un tiempo que me pareció eterno, el dolor y la hemorragia me hicieron volver a la realidad abruptamente.
A toda prisa corrí hacia el baño, abrí el botiquín y enrollé una gaza gruesa sobre la herida, el corte era profundo y la hemorragia demasiado profusa como para poder detenerla yo misma. Era claro, necesitaba ayuda.
Tomé una bufanda con la que improvisé una suerte de torniquete, me coloqué el abrigo y me apresté a llamar a urgencias.

Aun cuando el dolor era indecible y un mareo muy fuerte se apoderaba de mi, algo me decía que lo que me había despertado esa noche no era para nada normal. Sin embargo y a pesar de aquello continuaba intentando encontrarle una explicación lógica.
-“Quizás se trate de los vecinos riñendo, o algunos borrachos en la calle haciendo escándalo, eso nada más”, pensaba mientras marcaba el número de emergencias. Pero en el fondo sabía muy bien que aquel grito destemplado y horrible no podía ser natural”-
Finalmente al otro lado de la línea la operadora contestó, pero mientras le entregaba mis detalles un horrendo segundo alarido me congeló la sangre.
Ambas nos quedamos en silencio y un escalofrío me recorrió la espina.
Yo aún estaba en shock cuando la mujer preguntó.
-¿Está usted bien? ¿Qué es lo que está pasando ahí? ¿De dónde vienen esos gritos?
¿Necesita que enviemos una patrulla? Señorita, por favor conteste ¿se encuentra usted bien, está usted a salvo?

Entre tanto mis labios no hacían más que temblar sin ser capaces de musitar palabra alguna.
La mujer del otro lado de la línea seguía hablándome sin cesar, pidiéndome más detalles acerca de mi situación, mientras me aseguraba que la ambulancia ya se encontraba en camino.
Pasados los minutos la ambulancia llegó y los paramédicos tocaron mi puerta. Rápidamente abrí el cerrojo y los dejé pasar. Uno de ellos echo un rápido vistazo a la herida y me dijo que iba a necesitar de una pequeña cirugía y que debían conducirme de inmediato al hospital.
El dolor, la pérdida de sangre y el sueño no me permitían estar completamente alerta. Como respuesta a todas las preguntas de los paramédicos yo no hacía más que asentir y entrecerrar los ojos intermitentemente mientras me ayudaban a deslizarme suavemente sobre la camilla.
-Le inyectaré este anestésico y un coagulante, por favor cuente hacia atrás conmigo, diez, nueve, ocho, siete…

En medio de un profundo sopor y en el momento en que los paramédicos se detuvieron para abrir las puertas de la ambulancia, sentí una sensación fría y húmeda entre los dedos de mi mano sana. Intenté enfocar la vista lo que más pude y eventualmente logré vislumbrar algo en medio de la densa niebla y de la insistente lluvia que caía sobre mi rostro.
Se trataba de unos dedos minúsculos, de una pequeña y gélida mano de niño acariciando cariñosamente la mía.
Lo último que recuerdo haber visto fue la silueta borrosa de un pequeñito, de unos tres o cuatro años, de puntillas, intentando confortarme con su cariño inocente.

Al día siguiente desperté en una habitación del hospital, adolorida, aun algo atontada, con un abultado vendaje alrededor de la mano y una horrible migraña para acompañar.
A los pocos minutos el médico de turno me dejó saber que la operación había salido perfectamente, y que a pesar de que tendría que volver en algunos días, ya me encontraba en condiciones de regresar a casa.
Sin embargo mi mano no era mi mayor foco de atención.
Muchas interrogantes rondaban mi cabeza aún.
¿De dónde habrían podido provenir tan horribles gritos en medio de la noche? o ¿Quién era el niño que tomó mi mano antes de que me pusieran dentro de la ambulancia? ¿Habría sido alguno de los hijos de algún vecino?
Claro que sí. Decía para mis adentros intentando convencerme.
Se habrán despertado ellos también con los horrendos alaridos y todo el alboroto de la ambulancia. Claro que sí, eso ha de haber sucedido, claro que sí.
Tras unos instantes de comprensible preocupación ante los desconcertantes acontecimientos ocurridos la noche anterior, pensé que lo mejor era enfocarme en mi recuperación.
Respiré profundo, tomé mi abrigo y llamé a la enfermera para firmar los papeles del alta.
De regreso en el apartamento la visión era bastante poco alentadora.
El piso de la habitación se hallaba plagada de manchas de sangre mezcladas con esquirlas y trozos de vidrio, todo envuelto en una maraña caótica de objetos desplegados al azar.
A esas alturas eran las siete y media de la tarde y aún no había reportado a mi jefa sobre mi accidente, lo que significaría un gran problema.
Mientras recogía el desorden en mi habitación e intentaba limpiar las manchas de sangre seca pegadas en la cerámica, tomé el teléfono y la llamé.
Mas cuando estaba lista para decir adiós, el sonido de un llanto fuerte y persistente comenzaba a traspasar las paredes mi habitación.
Sin embargo, éste no se trataba de un mero llanto sin sentido.
Entre los quejidos se podía distinguir el leve murmullo de unas débiles palabras.
-¿Señora Grace, está ahí todavía?
-Sí… ¿Qué es lo que sucede? No sabía que tenías niños, Hana.

-Ese es el problema señora Grace… No tengo niños, vivo sola.

Luego de un silencio incómodo, continuó.
-Oh… ya veo. Eh, bueno, no queda más que decir, solo cuídate mucho y recupérate pronto, ¿está bien?
-Claro señora Grace, cuídese usted también.
Dado que el llanto se hacía más y más persistente y claramente provenía desde el mismo edificio, pegue mi oído al muro para poder escucharlo mejor.
-¡Mamá, mamá, no por favor, mami, nooo! ¡Nooo! ¡Mami noo, por favor no! ¡Para mami no!
Se trataba de un llanto entrecortado de niño.
Un llanto que se repetía una y otra vez, sin descanso.
Con el paso de los minutos el sonido de la voz del niño solo se hacía cada vez más fuerte y clara, la respiración más y más sofocada, y las palabras más ininteligibles.
Estaba cierta de que lo que estaba ocurriendo tras esos muros no podía tratarse de nada bueno.
Me senté nerviosa con la espalda hacia el muro, mis piernas temblaban de rabia mientras por mi mente pasaban todo tipo de teorías.
¿Sería que aquel pobre niño estaría enfermo, solo, hambriento? O quizás, quizás…
¿Quizás estaba siendo atacado?
Los minutos pasaban y ningún otro ruido aparecía en escena, ninguna otra voz.
¿Debería hablar con los demás vecinos? O ¿debería ir directamente ir a investigar lo que estaba ocurriendo?
Decidí darme un respiro, para repensar cual iba a ser el plan de acción.
Mientras tanto encendí la televisión y subí el volumen casi al máximo y puse a hervir agua para cubrir el ruido.
Luego de una ducha rápida, ya con la mente más clara y el cuerpo más relajado, me senté cómodamente en el sillón a tomar una taza de té y a repasar mi plan. Le bajé el volumen a la TV y mientras cambiaba de canal me di cuenta que el llanto parecía por fin haber cesado por completo.
-¡Qué alivio! Por fin terminó. Alguien tiene que haberse hecho cargo, me dije.
Fue entonces que exhausta, envuelta en mi cálida frazada y arrullada por el delicado canto de los pájaros, me fui quedando plácidamente traspuesta, para solo unos minutos más tarde, despertarme nuevamente de golpe con un llanto destemplado y más insistente que nunca.
La voz que se escondía tras los quejidos no hacía más que denotar un profundo temor.
-¡Mami, no, no! ¡por favor, mami no!. Repetía la voz una y otra y otra vez sin descanso.

Para cuando el primer lamento había terminado yo ya tenía las llaves en la mano y estaba decidida a actuar.
Bajé las escaleras raudamente, me paré en el hall del edificio y presioné uno a uno los botones del intercomunicador, unos ocho en total, con la esperanza de que alguien contestase. A los pocos minutos 3 personas se veían bajando las escaleras, todos con rictus de desconcierto colgando de sus caras.
-Buenas tardes, soy Hana y vivo en el veintidós. Pido mil disculpas si es que les he importunado, pero es que…
-¿Es acerca del llanto no es verdad? Dijo uno de los vecinos, y agregó, soy Albert vivo en el 20.
-Oh, sí, exactamente, que bueno que lo menciona señor…eh…
-El ruido es terrible y no ha dejado dormir a mis niñas. Mis gemelas tienen tres años y me dicen que escuchan a un niño que no para de llorar y ellas se desesperan y lloran también. Pero la verdad es que yo no he logrado identificar de donde viene, dijo Albert.
-Mi madre se queja de lo mismo, dice escuchar el lamento de un niño día y noche sin cesar, pero ya que ella sufre de demencia no sabía que creer… A todo esto, soy Cora y vivo en el 25, mucho gusto.
-Ya que todos lo hemos oído, me pregunto si podríamos hacer algo al respecto. Es preocupante que un niño llore de ese modo, ¿no es así?
¿Alguien tiene alguna sugerencia? ¿Deberíamos llamar a la policía?
-No, no. Eso es demasiado. Deberíamos hablar con el responsable antes de tomar una decisión de esa naturaleza…
-¿Ah, así que se trata de algo serio? murmuró con tono sarcástico la tercera mujer.
La más pura verdad que yo no he escuchado nada de nada. Lo único que oigo es a mi marido insultando la televisión mientras ve el futbol. Así que si me hacen el favor, no vuelvan a tocar el intercomunicador otra vez para este tipo de estupideces. Como verán soy una persona ocupada, no como otras que pierden el tiempo dándose ínfulas de detectives privados. Yo me retiro.
Apenas la mujer se dio media vuelta para comenzar a subir las escaleras, un grito estremecedor removió las paredes del edificio.
La potencia del grito había aumentado claramente y se hacía eco de él en cada rincón.
El rostro de la sarcástica mujer se tornó de un pálido marfil y una mueca de espanto se instaló en su faz. Y mientras las otras dos personas parecían estatuas completamente petrificadas por acción del terror, lo único que cruzaba mi mente era que fuese lo que fuese que le estuviese sucediendo a aquel niño, era mil veces más aterrorizante que el sonido de su lamento y que debíamos actuar lo antes posible y sin vacilación.

Tomé valor y dije,
-Voy a revisar uno por uno los ocho apartamentos del edificio, hasta hallar de donde proviene el sonido, ¿quién va conmigo?
Pregunta a la que solo Albert respondió, asintiendo con la cabeza y observándome dubitativo.
Comenzamos a subir las escaleras lentamente intentando concentrarnos, guardar silencio total y aguzar el oído lo que más pudiésemos con el único objetivo de no errar en nuestra búsqueda.
Era claro que el sonido no venía del primer piso ya que el eco parecía rebotar desde lo más alto de edificio. Piso por piso recorrimos lentamente cada entrada, sin pronunciar una sola palabra, con el corazón acelerado y conteniendo la respiración hasta llegar al último piso.
Los quejidos para este momento se habían vuelto ensordecedores, pero por sobre todo sobrecogedores. El tono de lamento del niño era tremendamente conmovedor.
Me acerqué al oído de Albert y le susurré que apenas la persona abriese, él debía llamar de inmediato a la policía.
Albert se colocó a un costado de la puerta ocultándose un poco tras el pilar. Sin embargo cuando acercaba mi puño para golpear los lamentos cesaron de improviso.
Nuestros rostros se tornaron lívidos de un momento a otro y nuestras miradas ahora parecían presas de una patente y oscura turbación, mientras una sensación de cruel desasosiego oprimía nuestros corazones.
Sin embargo, algo en mi interior me decía que debía averiguar lo que estaba sucediendo antes de que fuese demasiado tarde.
Mi mente daba vueltas envuelta en un torbellino de ominosos pensamientos. Jamás sería capaz de perdonarme el hecho de no haber ido en auxilio de esa pequeña alma inocente, jamás.
Entonces con total decisión, toqué la puerta. Los golpes que di en la madera fueron lo suficientemente firmes y claros como para que los habitantes del apartamento los hubiesen podido obviar, pero nada ocurrió. Nadie apareció.
Esta vez golpee con todas mis fuerzas y llamé.
-¡¿Buenas tardes?! ¡¿Hay alguien en casa?! Estamos un poco preocupados por…
Y mientras pronunciaba estas palabras la puerta lentamente comenzaba a entreabrirse en un chirrido intensamente agudo.
-Buenas noches, somos sus vecinos y queríamos asegurarnos de que todo estuviese bien por aquí.
Al momento de empujar la puerta levemente para poder tener una mejor visión del interior del apartamento, una brisa glacial nos perforó los huesos.

Nuestros labios se tornaron azules en un tris y el vaho de nuestro aliento podía verse dibujado en el aire.
-¿Hay alguien ahí? Repetí, mientras caminaba hacia el centro de la habitación.
El interior del apartamento estaba en total penumbra, una penumbra anormal.
Intentamos varias veces encender los interruptores pero no tuvimos éxito, al parecer estaban dañados.
El suelo parecía estar cubierto por manchas de algo oscuro y viscoso y los visillos, rasgados en miles de pequeños trozos, flotaban entre las ventanas que se hallaban abiertas de par en par.
Había ropa regada por todas partes y a cada paso que dábamos nos tropezábamos con juguetes que estaban repartidos caóticamente por todo el piso.
De pronto, se escuchó un crujido sordo que venía desde una de las habitaciones.
Al llegar a la entrada me coloqué a un lado del umbral y coloqué el índice sobre mis labios haciéndole saber a Albert que se mantuviese en total silencio.
Sin embargo, el espontaneo rictus de horror que se dibujó en su rostro me dejó estupefacta.
De pronto comencé a sentir como un aliento frio y nauseabundo se posaba suave al costado de mi cuello.
Al girarme, una visión diabólica se develó ante mis incrédulos ojos.
Era un rostro deforme de mujer, con la boca abierta de par en par y jadeando pesadamente.
Su piel se hallaba dantescamente pálida y ajada, sus labios hechos jirones, su dentadura hundida y ennegrecida, y sus ojos, sus ojos parecían colgar desde sus orbitas poseídos por un gesto de amargura y pesadumbre infinitas.
Mi reacción natural fue echar pie atrás creando un leve crujido en el piso de madera.

En ese instante el horrible rostro pareció escabullirse rápidamente para perderse en medio de la penumbra.
-Vámonos de aquí ahora, murmuró lleno de temor Albert en mi oído izquierdo, es peligroso.
Me agarré fuertemente de su brazo y comenzamos a buscar la salida a ciegas entre la oscuridad, pero en el momento en que estábamos a punto de cruzar el umbral, una sensación conocida me invadió de improviso.
Unos fríos y débiles dedos minúsculos de niño se agarraban a los míos, mientras se escuchaba un leve murmullo que rezaba,
-No me dejen aquí…

Me giré en todas direcciones dando manotazos al aire con la esperanza de poder tomarlo en mis brazos y huir con él hacia un lugar seguro, pero no logré encontrarlo.
-¿Qué te pasa? ¿No te das cuenta de que estamos en peligro? ¡Debemos huir AHORA! Decía Albert, preso de un terror profundo.
-¡No puedo dejar al niño aquí, no puedo! ¡Ve tú primero y llama a la policía en este instante!
Apenas Albert azotó la puerta del apartamento tras de sí, comencé una loca carrera en la búsqueda del pequeño. Consciente del inminente peligro que me acechaba agazapado entre las penumbras, recorrí habitación por habitación en completo silencio, solo ayudada por la leve luz de la luna que se colaba por entre las raídas cortinas.
De repente un siniestro suspiro seguido de un lamento de profundo dolor me dieron una pista de donde tenía que buscar. A tientas sobre los muebles busqué algo que me pudiese servir para defenderme ante un posible ataque de la horrorosa mujer.
Una lámpara sería suficiente, o al menos eso esperaba en mi corazón.
El intenso gemido provenía desde interior de un antiguo closet que se hallaba en la habitación principal.
A paso lento y cuidando de no hacer ningún ruido que me delatase me aproximé a él.
Pero un escalofrío me recorrió la espina al escuchar que justo a mi costado una voz entrecortada decía,
-Mamá mala ahí dentro. Mamá mala es…con…di…da.
De pronto algo se abalanzó sobre mi y comenzó a apretar mi cuello con la fuerza de una bestia indomable, intentando claramente asfixiarme.
Entre el forcejeo y la profunda oscuridad lo único que logré vislumbrar fue el rostro de aquella mujer, gritando y llorando completamente fuera de sí.
Fue en el instante exacto en el que mis pulmones ya no podían más, que la puerta sonó en un estruendo gigantesco y unos diez policías hicieron su entrada.
Rápidamente detuvieron a la mujer y la esposaron.
-Señorita, ¿me escucha, se encuentra usted bien?, preguntaba uno de los paramédicos, intentando hacerme volver en mi.

-Sí, sí…yo estoy bien…muchas gracias…gracias, intentaba murmurar con la voz visiblemente debilitada.
Entretanto con grandes linternas halógenas los policías comenzaban ya a registrar el apartamento en busca de la localización del niño.
Yo aun con la voz entre cortada les señalaba el antiguo armario que fue donde por última vez escuché su voz.
De pronto un silencio fúnebre se apoderó de la habitación, solo para ser roto por el eco de un gimoteo suave seguido de unas frases quebradizas.
-A…quí, a…quí… recitaba la extraña voz que claramente emergía desde el interior del antiguo armario.
Una de las policías se encuclilló y alargó sus brazos hacia el interior, llamando al niño a salir por sus propios medios, pero no hubo respuesta.
-Sal de ahí, no tengas miedo, nadie te hará daño, yo te protegeré. Puedes salir.
Luego de unos instantes tanteando en la oscuridad sin éxito al interior del armario, su rostro palideció repentinamente al hallar algo oculto entre un montón de ropa enmarañada.
Se trataba del cuerpo frío e inerte de un pequeño niño, en avanzado estado de descomposición.
En el instante mismo en que lo tomaba en sus brazos para colocarlo fuera del armario la monstruosa mujer comenzaba a dar alaridos teñidos del más profundo terror y desesperación.
-¡¡Está bien yo lo hice, yo lo hice!!… ¡¡¡Por favor sáquenme de aquí!!! ¡Aléjenme de él, se los ruego, por favor aléjenme de ese maldito niño!
La mujer con los ojos desorbitados y enfocando la nada, forcejeaba con todas sus fuerzas mientras balbuceaba,
-Es que no…no…no dejaba de llorar, no…no… paraba de molestar…
Siempre que le daba una golpiza se quedaba en silencio… pero esta vez…esta vez no funcionó.
¡NO FUNCIONÓ!
¡Cállenlo, cállenlo por el amor de dios, cállenlo!
Él continua… continua llorando y gimiendo sin control…
¡Me está enloqueciendo! ¡Deténgalo por favor! ¡Me está volviendo loca!
Está bien…está bien… me desesperé, se me fue de las manos…y bueno…
¡Yo lo maté!
Pero lo maté hace seis meses y aún…aún…no deja de llorar…
¡Por favor llévenme con ustedes, se los ruego por favor, tengan piedad!

¡Por favor llévenme con ustedes!
¡Él me encerró y no me dejó huir de este maldito apartamento en meses!
¡Se los ruego oficiales, por favor llévenme de aquí!
Por favor… Se los suplico…
Un silencio lúgubre inundó la habitación, mientras los rostros de los presentes parecían no solo demudarse ante la grotesca y vil revelación que hacía la mujer, sino también ante la mórbida a insólita situación de la que habían sido testigos.
Ya dos largos meses han pasado desde aquel horrendo episodio, y finalmente hoy me di fuerzas para salir a tomar algo de aire fresco.

A medio camino y luego de mucho vacilar, decidí que lo mejor que podía hacer para darle término a aquel funesto capítulo de mi vida, era ir a visitar la tumba del pequeño Philip y dedicarle un último adiós.

Sin embargo, mientras elegía el ramo que le llevaría como presente, escuché por casualidad una conversación que estaban teniendo los floristas del cementerio.

-Sí, el caso fue terrible…
-Pero dime ¿qué sucedió con la mujer al final?
-La mujer por supuesto, fue condenada a cadena perpetua por el cruel maltrato y asesinato de su hijo… pero los rumores cuentan que aun estando en su celda los lamentos de su pequeño niño la torturan cada noche sin falta…

Entonces, un sudor frío me recorrió la espalda, y sin darme cuenta apreté con todas mis fuerzas el tallo de las rojas rosas que había elegido para él.

Las aguzadas espinas se incrustaban profundamente en mi piel, mientras mis ojos quedaban ocultos tras un gigantesco y oscuro mar de lágrimas.